Imagina estar navegando tranquilamente por el Mediterráneo en plena Primera Guerra Mundial, transportando un cargamento de mercurio hacia Inglaterra, cuando de repente, ¡pum! Dos cañonazos rompen la calma y un submarino emerge del agua. Así comienza la historia del SS Cornigliano, un vapor mercante italiano que vivió su final a unas doce millas de las islas Columbretes, frente al cabo de Oropesa, el 23 de mayo de 1916.
Un barco con mucha historia
El Cornigliano no era cualquier buque. Había sido construido nada menos que en 1889 por los astilleros alemanes Blohm & Voss, en Hamburgo, una empresa con más de un siglo de experiencia en la construcción naval. Durante su vida, este vapor pasó por varios nombres y propietarios: fue bautizado inicialmente como Cintra por la Hamburg South American Line, luego rebautizado como Stambul bajo la Deutsche Levante Linie, y finalmente adquirido por la naviera italiana Tito Campanella Cantieri Savoia en 1912, quien lo renombró como Cornigliano. Tenía 98 metros de eslora, 12 de manga, desplazaba 2.862 toneladas y navegaba bajo pabellón italiano.
Una misión en tiempos turbulentos
En plena Gran Guerra, Italia formaba parte del bando aliado, y el Cornigliano cumplía con su deber como buque mercante, transportando carga valiosa. Aquel mayo de 1916, partió desde Génova con rumbo al Reino Unido, con 31 tripulantes a bordo y, según se dice, un importante cargamento de mercurio, un material estratégico muy codiciado en tiempos de guerra.
En la travesía por el Golfo de Valencia, el buque navegaba cerca de las islas Columbretes cuando fue interceptado por el submarino alemán U-34, comandado por Claus Rücker, un capitán con fama entre las filas de la Kaiserliche Marine por su eficacia: a lo largo de la guerra hundió más de un centenar de barcos enemigos.
El ataque del U-34
Entre las 9 y las 10 de la mañana del 23 de mayo, el Cornigliano recibió dos disparos de advertencia. El vapor se detuvo, y los alemanes abordaron o se acercaron lo suficiente para revisar la documentación. Tras confirmar que el buque transportaba carga enemiga, ordenaron su destrucción. Pero, de manera sorprendente, ofrecieron a la tripulación la oportunidad de salvarse. Les permitieron embarcar en dos botes salvavidas, con una barrica de agua y un saco de galletas en cada uno. Luego, sin más contemplaciones, dispararon doce cañonazos y lanzaron dos bombas incendiarias que hicieron desaparecer al Cornigliano bajo las aguas del Mediterráneo.
La odisea de la tripulación
La tripulación, liderada por el capitán G. B. Acquarone, remó durante horas hasta alcanzar las islas Columbretes. Llegaron exhaustos sobre las 7 de la tarde del mismo día. Allí fueron recibidos por el farero y su familia, quienes avisaron a la Comandancia de Marina con ayuda de la barca de pesca Teresa, con matrícula de Castellón.
Sin embargo, el recibimiento no fue tan cálido como esperaban. Las islas apenas contaban con recursos, y la familia del faro se vio sobrepasada por la situación. Hubo tensiones, protestas e incomodidad. Finalmente, los marineros decidieron seguir remando hacia la costa, guiados por la luz del Faro de Oropesa, que brillaba como una promesa de salvación.
Al día siguiente, el 24 de mayo, sobre las tres de la tarde, llegaron a la playa de La Concha de Oropesa del Mar. Extenuados, se presentaron en el faro del cabo, donde por fin recibieron ayuda. El oficial encargado les acogió con comprensión e incluso les proporcionó dinero de su propio bolsillo para que pudieran continuar su viaje hacia Castellón.
La historia salta a la prensa
La epopeya no pasó desapercibida. Periódicos como La Vanguardia, ABC y Vida Marítima publicaron crónicas detalladas del incidente. Se narraban los hechos con dramatismo: el abordaje, el trato "cortés" de los alemanes, el hundimiento, los remos desesperados y la llegada a tierra. Se mencionaban también las tensiones en las Columbretes y el gesto generoso del torrero de Oropesa. La historia emocionó al país entero.
Algunos titulares hablaban de un submarino austríaco, posiblemente por confusión o estrategia diplomática de la época, ya que Alemania utilizaba frecuentemente pabellón austrohúngaro para no implicar directamente a España en actos de guerra en sus aguas.
El legado sumergido
Hoy, el Cornigliano reposa bajo las aguas del Mediterráneo, en un punto no lejos de las Columbretes. Aunque no hay coordenadas exactas publicadas, se estima que el lugar del hundimiento se encuentra entre 12 y 20 millas náuticas al sur de las islas. El pecio, por su valor histórico, está protegido por la Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico Español.
Su historia forma parte del patrimonio marítimo subacuático de nuestro país. Una memoria que merece ser contada y rescatada del olvido, no solo por el dramatismo del episodio, sino también por lo que simboliza: la guerra más allá del frente, el valor humano en medio del desastre, y la conexión entre España y los conflictos del mundo, incluso desde una aparente neutralidad.
El Cornigliano fue más que un barco. Fue testigo de un tiempo convulso, de decisiones difíciles, y de una travesía que hoy sigue viva en las crónicas, los archivos... y quizás en las corrientes del mar que lo abrazaron para siempre.